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Maneras impensadas de ser feliz

En el frente de la casa tenemos un pequeño sector con pasto. Y en esa especie de patiecito está creciendo sin parar una planta de zapallo. 

Desde que vinimos, el zapallo está ahí firme. Y no porque alguien lo haya sembrado, sino por la misma magia de la naturaleza. Por decirlo de manera elegante. Porque la verdad, es que la planta está creciendo gracias a una pérdida que tenía la cañería que desagota el agua de la cocina. Y al parecer, algunas semillitas se fueron escapando por ese caño averiado y fueron a parar a la tierra. Y eso es lo que dio por resultado, que en el frente de la casa tengamos una planta de zapallo queriendo ocupar todo lugarcito que encuentra. 

La parte del frente no es lo que más usamos de la casa. Como tenemos el patio del costado, ese sector queda casi sin uso. Y digo casi, porque hay días en los que sí nos quedamos un rato ahí. A veces para tomar mate y a veces para tomar una cervecita, mirando la gente pasar.

Uno de esos días mientras estábamos tomando mate y comíamos unas facturitas, nos dimos cuenta que la planta además de dar flores, estaba dando zapallos. No lo podíamos creer. Ya se veían micro zapallos brotando debajo de algunas flores. Medían entre 5 y 10 cm. Y en ese momento, puedo recordar perfectamente que sentí dos cosas:

1- Alegría por saber que estaba dando frutos y que tendríamos zapallos en nuestra propia casa

2- Pena por saber que la planta estaba haciendo todo lo que podía con la poca agua que recibe. Es que desde que estamos acá jamás la regué. -Creo que no le tenía fe- Y como él finalmente arregló la cañería, ya ni siquiera recibía agua de esa pérdida. Y encima acá no llueve tan seguido como allá en Varela. Así que pobre plantita, se arreglaba con lo que podía.

Creo que la mezcla de estos dos sentimientos hicieron que se despertara en mí el deseo de cuidar de esa planta. Y hacerme cargo y responsable de darle agüita. 

Así que un día me puse en campaña y comencé a hacerlo. Contando el día de hoy, ya hace una semana que la vengo cuidando a diario. Cada noche me hago el tiempito para cargar agua de la ducha y llevarla hasta adelante para regar. 

La riego a la noche por consejo de Zami. Él me dijo que lo mejor es regarla bien temprano a la mañana o cuando cae el sol por la tarde. Porque de día se puede quemar. Así que como yo me vengo levantando un poco tarde, me pareció buena idea comenzar a regarla a la noche. Y así lo vengo haciendo. Excepto los días que llueve, claro.

Los dos primeros días que comencé con esta  tarea, me parecía divertido hacerlo. Cargaba  un balde y mientras me iba a regar, dejaba otro llenándose. Cuando volvía los cambiaba, y así lo repetía por tres veces más. En total, cargaba unos 4 ó 5 baldes de agua. O sea, que iba y venía como 4 ó 5 veces. Pero al tercer día me cansé. Y pensé: ¡Qué bueno sería tener una manguera! Así podría regarla más fácil, más rápido y no tendría que estar yendo y viniendo.

Cuando le conté esto a él. Me dijo que había visto una manguera en el galpón, que quizás podíamos usar. Pero cuando quisimos agarrarla, vimos que era super larga, y la verdad es que no valía la pena traerla a casa para después tener que cortarle un pedazo. Así que ahí la dejamos. 

Esa misma noche, volví a mis viajes con baldes: saliendo de la ducha con uno, dejando otro cargando, volviendo a buscar el lleno, dejando el otro para llenar... Así por unas 4 ó 5 veces. Y mientras regaba volví a pensar en si no habría otra manera de regar, que no sea ni con baldes, ni con manguera.. Y ahí fue que vi la luz.

¿Podemos comprar una regadera? Le pregunté a él. Y me dijo que sí. Pero que antes de ir a comprar, podíamos buscar en el galpón, porque estaba seguro que alguna quedaba. Así que sería sólo cuestión de buscar. Esa tarde él le contó a su mamá mi idea de regar con regadera. Y sólo fue suficiente decir esto, que ahí nomás se pusieron a buscar y la encontraron.

"Jaguar - Colombres", es la marca que figura en la etiqueta que tiene pegada en un lateral. No sabemos de qué año es, ni hace cuánto tiempo que descansa en uno de los estantes del galpón. Estimamos que debe haber sido fabricada hace más de 30 años. Es toda una reliquia.

El mismo día que Zami la trajo a casa me enamoré de solo verla. Tanto que tuve que dejarlo registrado en papel. "La regadera es hermosa. Es el amor manifestado en regadera" anoté en mi cuaderno. Y esa misma noche, después de cenar, la estrené. Y mi amor por ella se quintuplicó.

Cada noche que salgo a regar, me quedo embobada con todos sus detalles. Cómo sale el agüita por sus 42 agujeritos. Cómo moja de a poquito la tierra y me invade ese olorcito tan particular. Cómo me permite oír el sonido del agua que cae sobre las hojas grandotas de la planta. Todas esas sensaciones son similares a las que siento cuando comienza a llover.

La regadera es perfecta y creo que no soy la única que está contenta con esto. Percibo que a los zapallos les encanta su presencia. Y esto es obvio: gracias a ella no hay un sólo día que no los riegue. Así que seguro que también deben estar agradecidos. 

Regar con la regadera se volvió una de las cosas que más disfruto en el día. 

Y ya sé que lo dije antes, pero lo voy a volver a decir: estoy enamorada de mi regadera. Y me hace tan feliz  que he decidido dedicarle este texto a ella. A ella y a los zapallos.

Leí por ahí que la cosecha de los zapallos es entre los 3 a 5 meses luego de la siembra. Por lo que sacando las cuentas, si cuando nosotrxs vinimos a vivir acá ya estaba la planta en el patiecito, creo que para marzo o mayo, ya estaríamos cosechándolos. En tanto y en cuanto, no me olvide de regarla. En tanto y en cuanto no caigan heladas. Pero ese es otro tema.

Los zapallos siguen creciendo, las noches siguen estando lindas para regar. La regadera me sigue acompañando en esta tarea. Y así van pasando los días. Siendo protagonizados por esas pequeñas cosas que me dan tanta felicidad. Y las cuales dan origen a estos textos, los cuales he decido bautizar como "Maneras impensadas de ser feliz".



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