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Un mes en Bordenave

Podría haber sido más fácil, o no. No lo sé.
Ingenuamente creí que hacer este cambio, no iba a ser tan así.
Hace un mes que estamos viviendo lxs tres en el pueblo de él. 
Estamos viviendo sobre la calle Cacique Pincen. En una casa hermosa. 

El fresco, el silencio, el verde, lo amplio. Son cosas que amo de este espacio. Pero que sólo pude ver luego de pasar por la tormenta interior.

Diciembre nos encontró acá, en una casa. En una casa en Bordenave.  Y ya decir casa me resulta un poco mucho. ¿Será que aún no tengo entrenada mi capacidad de ver que merezco todo esto?

No recuerdo cuándo fue exactamente que dije que sí. Seguro que si lo busco en mi cuaderno lo encuentro- Pero lo que recuerdo perfecto es que fue para septiembre. O tal vez octubre.
Irme de Varela era algo que deseaba hace rato, eso no es novedad. Pero de desear a concretar, hay un gran trecho. Y eso es lo que se llama "proceso". 

Cuando decidimos finalmente que vendríamos para acá, muchas preguntas empezaron a aparecer.
¿Cómo haríamos para trasladar las cosas? ¿Cómo hago con los trámites que tengo que terminar antes de irme? ¿Cómo mudarnos en plena pandemia? ¿Cómo viajar con la gata? ¿Cómo será llegar allá? ¿Cómo llegarán las cosas? ¿Cuándo? 
Y así, cada día que pasaba, una pregunta nueva aparecía.

Fantaseaba con despertar acá.
Saltear todo "el proceso" y despertar acá en la cama. Hacer la mudanza así de la noche a la mañana. Saltear las despedidas. Los abrazos, el llanto, los "te espero allá", "cuando quieran vayan a verme", "cuando vuelva nos juntamos seguro", y demás. 

Fanteseaba con saltear el dolor. La tristeza. La angustia. 
Es que a pesar de ser decisiones "evolutivas" y conscientes no dejan de doler. 

Mudarse ya de por sí, no es nada fácil. Quien se mudó al menos una vez, puede dar testimonio de esto. Pero mudarse también de ciudad. De tu ciudad. Del lugar donde creciste y viviste toda tu vida, lo complica un poco más.

Es cierto que imaginaba que no iba a ser sencillo. Que iba a llevarme tiempo adaptarme. Que me iba a sentir triste, que iba a extrañar, etc., etc. Podríamos decir que lo sabía. Pero. Aún así no pude tomar dimensión de todo, hasta que que no estuve acá.

Un día me desperté y me sentí vacía. Sentí que no era yo. 
Días atrás ya me venía sintiendo cansada, agotada, saturada de tanto movimiento. La nostalgia también me había pasado a ver. Pero esto que me pasaba era distinto.

Yo sentía eso. Vacío.
Con los días me fui dando cuenta que irme de aquel lugar, dejar el trabajo, la familia, el departamento, toda la vida allá, significó más que una mudanza. Irme de allá significó la desidentificación. Sí así de complicado de leer. 
El vacío que yo sentía, era lo que se siente cuando unx deja su identidad. Cuando la pierde, o mejor dicho  cuando la reconstruye. Pero para reconstruir una identidad, hay que destruir la vieja y crear la nueva. No es sólo un decir. No es sólo despertar un día hacer la mudanza y amanecer al otro día en el nuevo lugar. 
No.
Reconstruir la identidad es sentir vacío en principio, 
para poder construir una nueva versión.  
Y eso duele.
Eso era el proceso.  Y cuando en carne propia lo empecé a vivir me di cuenta de todo.

Los días más turbios pasaron. Y de a poco empezaron a llegar los momentos de plenitud. De disfrute. De gratitud.

La foto que acá comparto es de la tarde del 4 de enero. Y la recuerdo tan clara que me moviliza todo.  Habían pasado las 18 cuando agarramos las bicis y salimos a dar una vuelta con él. Y en el paseo, en el andar entre las quintas y los caminos de tierra sentí una brisa fresca. Una brisa muy fresca en los pies. A medida que iba avanzando por esos caminos de tierra, la brisa iba acariciándome los pies y yo me sentía viva.
Entendí que esa fresca brisa me estaba mostrando algo. Me estaba diciendo que si podía apreciarla, y mantenerme en el presente, entonces que cada día a partir de ahí sería diferente.

Esa tarde sentí cómo ese proceso de dolor estaba cerrando. Sentí cómo esa etapa de duelo por dejar aquel lugar, estaba tomando otro significado.
Y sí, extraño, claro que sí. Pero ya no con dolor. 
Ya no duele.

Estoy bien. Muy bien. Y cada día puedo despertar y sentir que la vida me regala cosas maravillosas. Que las tomo como una confirmación de que voy bien. Voy muy bien.
¡Gracias por estar acá!





 

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