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Un intento de buscar la calma

 A veces me dan ganas de acariciar al sol. Como si sintiera la necesidad de devolverle un poco de esas caricias que me hace él a mí.

Esta tarde me fui a dar una vuelta con la bici. Agarré mi mochilita -esa que tiene mandalas- y me fui a buscar un lugar donde estar tranquila y sola. Sola y en silencio. Adentro de la mochila puse un libro, una botella de agua, mi cuaderno de ideas y una microfibra azul. Y en el canasto de la bici, sumé el aguayo fucsia.

Me fui sin mucha idea de a dónde ir. Lo único que deseaba era encontrar un lugar donde pudiera sentarme un rato al sol. Y mientras pedaleaba, me pregunté si no sería buena idea ir hasta el predio de la pileta. Porque como ya la pileta está cerrada, quizás sería un buen lugar donde sentarse a leer sin ser molestada por nadie. Dudé un poco. Pero al final me decidí y pedaleé hasta allá. 

Al pasar por el parquecito donde se hace el campeonato de papi futbol, sobre la calle José Hernández, volví a dudar. Se me ocurrió parar ahí, porque nadie usa ese espacio. Pero después me di cuenta que no estaba bueno, porque si bien es un lugar con muchos arbolitos y lindo pasto, las tres calles que lo rodean son de asfalto, por lo que circula mucha gente y eso equivale a ruido. Así que descarté esa idea y seguí avanzando.  

A dos cuadras antes de llegar a la pileta, vi a unos chicos de distintas edades, que iban caminando por la calle mientras pateaban una pelota. ¿Acaso ellos también van para el mismo lugar que yo?, pensé. Y al ratito confirmé mi sospecha. Ellos también iban al predio de la pile. Porque ahí mismo también está la cancha de once del Club Unión así que seguramente iban a jugar algún partidito ahí. 

Aún así, avancé hacia mi destino. Pasé por al lado de ellos y los saludé. Cuando llegué al predio no había nadie, tal como lo imaginaba. Me bajé de la bici, y en vez de dejarla en los bicicleteros de la entrada, me la llevé conmigo para el pasto. La dejé apoyada contra un arbolito y me tiré cerquita de un sauce llorón. Me sentía acelerada. Saqué mi libro y me puse a leer.

Qué hermoso es estar quieta, en el solcito, en el verde, en el pasto, rodeada de árboles. 
Amo cuando todo está en calma

La calma duró nada. De pronto empecé a ver cómo iban llegando los chicos que me había cruzado unos minutos antes. Y entre gritos y risas se metieron a la cancha y empezaron a patear. Intenté que sus gritos no me distrajeran, y quería seguir leyendo. Pero la verdad es que de tanto intentar concentrarme, me di cuenta que estaba en la misma página desde que había llegado al predio, y que encima no podía salir del mismo párrafo. No cazaba una. 
Tenía el libro en mis manos, los pies descalzos, el solcito en mi espalda, el verde, los árboles y... los gritos y puteadas de los chicos también.

Dejé el libro. Me permití abandonar la lectura y sólo observar todo el escenario que estaba frente a mí.  Me propuse ver todo lo que se estaba robando mi atención, más allá de los chicos. Y como eran muchas,  no pude evitar tomar nota de ellas. Así fue que me hice un listado, con todos los sonidos y colores que percibía, los movimientos que veía, los olores y las texturas que sentía. Y a las horas de volver a casa empecé a jugar con esto. Y de ahí nacieron los siguientes textos: 

Sonidos:

Quisiera prestar atención sólo a una cosa, pero no puedo. Buscaba el silencio absoluto, pero veo que no existe. Aún cuando la gente se calla, la naturaleza sigue despierta y emitiendo sonidos. No me molestan sus ruidos, me parecen hermosos. Pero se mezclan con el resto y eso me molesta.

Entonces escucho las voces de los chicos jugando a la pelota y una mosca. Los golpes de la pelota cuando choca con el pie, y los cantos de los pajaritos. Los loros, las palomas y un chimango. Los gritos de los chicos y música de un auto que pasa por la calle.  Escucho sus puteadas y también una vaca y el aleteo de un pájaro grandote que pasa por arriba mío. Y los chicos que siguen gritando. 

Colores:

A través de mis ojos puedo recibir muchísima información. ¡Eso es tremendo! Si filtro esta información en colores, podría unificar rápidamente en un sólo color: verde. Pero la verdad es que hay mucho más que eso. Está el blanco de los panaderos que están en el pasto y de este block de notas donde estoy escribiendo. Me abraza el color marrón de los troncos de los árboles y de la tierra donde descanso. Me llama la atención el bordó amarronado de las hormiguitas que andan dando vueltas por ahí y el celeste de las mesitas que están allá atrás en el sector de las parrillas. No puedo creer que escribí celeste y no pensé en el cielo. ¡El cielo está increíblemente libre de nubes, con un celeste inconfundible! Y claro que el verde predomina, por la copa de los árboles, por el pasto que parece recién cortado. Pero no es el único color, y encima tampoco es tan verde verde.

Movimiento

Mis ojos perciben también el movimiento. Sin moverme yo puedo ser espectadora de todo lo que se mueve a mi alrededor. Como la hormiga que salió debajo del aguayo y va hacia su hormiguero -supongo-. Las mosquitas blancas que están por sobre mi cabeza, los pájaros que se cruzan de árbol, los chicos que siguen jugando la pelota. La pelota que sigue girando entre esos pies inquietos. La red del arco cuando alguno le pega bien y también esas 3 señoras que pasan ahora caminando por la calle. Yo puedo estar quieta, puedo buscar la quietud, pero mi alrededor sigue en movimiento igual.

Olores:

Me resulta inconfundible el olor a pino que hay acá. Si mi atención sólo la llevo al olfato, no dudo ni un segundo en decir "siento olor a pino". Y la verdad es que no sé si es exactamente olor a pino. Pero lo asocio a eso porque alrededor de la pileta hay un montón de pinos enormes y entiendo que ese aroma tiene que ver con ellos. ¿Puedo sentir otros olores? Intento buscarlos. Me parece muy buena idea cerrar los ojos para eso. Porque de esa manera puedo reducir el enorme canal de información que son mis ojos. Así que los cierro, y empiezo a respirar profundo. 

Intento 1: siento olor a pino. 
Intento 2: siento olor a pino. 
Intento 3: siento otro olor. 
Respiro más profundo, como si eso me ayudara a clarificar de qué aroma se trata y de pronto, lo siento. Sí. Ya se qué es. Olor a pasto. Olor a pasto junto con olor a pino.

Texturas:

Se sabe que la piel es el órgano más grande del cuerpo. Por ende debería ser la que más información registre como sentido del tacto. ¿O no tiene nada que ver?

Como sea, cuando pienso en tacto, lo más rápido que asocia mi cerebro es: el calorcito del sol en mi brazo derecho. Y mientras voy dándole atención a eso, se van sumando otros:

La piel fría de mi pie derecho que toca mi pierna izquierda
La suavidad de mi remera en la piel de la espalda
El caminar de una pequeña hormiguita que recorre mi pierna derecha
La suavidad del papel donde escribo
Los rulos que tocan mi mano derecha mientras tomo notas
Un aire fresco sobre mi pie izquierdo
El calor del aguayo donde estoy sentada.
Un bichito subiendo por mi brazo izquierdo


No sé cuánto tiempo pasó hasta que me di cuenta de que el sol se estaba yendo. Así que cuando lo noté, me di vuelta y me puse de frente. Estaba sentada tipo "indiecita", todavía en patas. Cerré los ojos, respiré profundo y le agradecí  al sol por acompañarme en ese rato ahí. Al abrir los ojos, me di cuenta de que todo mi cuerpo estaba en sombra. El sol ya se estaba escondiendo detrás de los árboles, y en el predio sólo había algunos pedacitos de pasto donde quedaba algo de luz. Pensé en moverme de ahí, levantar todo y cambiarme de lugar en busca de un ratito más debajo del sol. Pero no lo hice. 

Me puse las zapatillas, guardé el libro, el cuaderno, la microfibra azul y la botella de agua. Cerré la mochila, me la puse y levanté el aguayo. Lo sacudí un poco para sacarle el pasto y tranquila y con pausa me acerqué a la bici. 

Un rato después, mientras pegaba la vuelta a casa, me dieron ganas de ir a ver cómo era el atardecer desde el bajo. Así que aproveché que estaba dando la vuelta al pueblo, y que iba a pasar por ahí seguro, para hacer ese pequeño desvío en busca de un poco más de sol.

Me acerqué hasta la calle donde está la casa de la cultura y doblé. No me había dado cuenta que era la misma calle que va para el predio. ¡Y claro si la casa de la cultura se llama José Hernández! Cuando llegué, me bajé de la bici y caminé. En el bajo todavía quedaba algo de sol. Los cañaverales me daban la bienvenida y me invitaron a entrar. Dejé la bici a un costado y me senté de vuelta en mi manta. Pude terminar esa hoja del libro que había empezado a leer un rato antes allá y tomar algunas fotos de ese hermoso atardecer. Grabé un video del sol ocultándose entre las plantas y me dieron muchas ganas de acariciarlo. Me sentí en paz. Agradecida. Tranquila.

Al final, la búsqueda de la soledad me llevó a descubrir más cosas de este lugar. Y los gritos de los que me quejaba sólo fueron la ayuda que necesitaba para poder enfocarme en lo real. En lo que estaba sucediendo detrás de ese libro. Que paradójicamente se llama "El Arte y la Ciencia de no hacer nada".


Texto escrito el miércoles 31-3-21





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