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El arte de irse por las ramas

Hace mucho que no me siento a escribir por escribir. Hace mucho que no me tomo este tiempo para sentarme frente a la compu y dejar que mis dedos hablen por mi. No recuerdo cuándo fue la última vez que lo hice. Estoy tan entretenida y ocupada haciendo cuadernos, que me cuelgo en hacer esto. Pero ojo. Todos los días escribo en mi cuaderno y al menos una vez por semana me detengo a dibujar y pintar con acuarelas. También estoy tomando el hábito de leer diez minutos por día. A veces lo hago más temprano, a veces más tarde. Pero lo hago. Son contados los días que no leí. Pero en la mayoría lei. Empecé a practicar el hábito con el libro de Laura, el libro de áfrica. En una semana o un poco más, lo terminé. Y más allá del tiempo que me llevó leerlo, me di cuenta que podía leer todos los días sin sentirme cansada de hacerlo. Me propuse terminar de leer todo lo que un día saqué de la casa de la cultura. Disfruto mucho de ese rato de lectura. Me gusta mucho. Estoy meditando poco y nada. En realidad me pongo a respirar conscientemente antes de irme a dormir. Estoy tratando de crear una oración para irme a dormir. Algo así como el padre nuestro, pero sin tanta culpa. Quiero una oración que tenga un poco de gratitud, que me inspire confianza y me recuerde mi propio valor. ¿Cómo hice para memorizar el padre nuestro? Creo que es muy fácil memorizarlo cuando uno está obligado a hacerlo o necesita creer en algo.

Me puse quince minutos para escribir. Así que tenemos tiempo. Te cuento más.

Creo que si hay algo que inspira fe, como rezarle a alguien, pedirle y suplicarle ayuda, es muy raro que no terminemos memorizando las oraciones.
En un tiempo me sentía muy sola. Sentía que tenía que tener cuidado con lo que hablaba, porque cualquier cosa que diga iba a ser tomada en mi contra. Más que nada con lo que me pasaba en mi mundo interior. Con mi intimidad. Y en ese tiempo el rezo, la oración, hablar con dios era mi lugar de descarga. También solía ir mucho a la iglesia. Sentía que volvía a mi eje, me devolvía la fe. Me acuerdo de la vez que el padre Marcelo me bendijo para que me cueste menos estudiar, ir a la facultad. Me acuerdo de la angustia de no poder aprobar la materia Nutrición Normal. Me acuerdo del llanto al volver de la facultad ese día que rendí el segundo examen del cuatrimestre y me di cuenta en el colectivo, sentada en el asiento de a dos, contra la ventanilla, de que me había equivocado feo en el examen y que eso me llevaría a perder la materia. Me acuerdo de la angustia y el autocastigo por recursar.
Qué vergüenza. 
No tenia ánimos de nada. Solo quería llegar a casa y acostarme en la cama. Taparme hasta la cabeza y llorar y que nadie me vea.
Qué triste momento ese.

Y rezar, siempre rezaba. Hoy por hoy sigo haciéndolo. No con tanta frecuencia. Lo hago solo cuando tengo miedo. Cuando quiero callar mi mente y que no me haga creer que hay fantasmas en casa, que estoy en peligro o que hay alguien parado al lado de la cama mirándome todas las noches. ¡Ay que feo eso por dios!
Entonces ahí, rezo, y rezo y lo hago una y otra vez. Y cada tanto cuando rezo de noche me acuerdo de mi abuela Mercedes. Ella me contó una vez que cuando no podía dormir rezaba. Y que sentía que cuando rezaba y se iba quedando dormida, cortando la oración, percibía que se estaba durmiendo en los brazos de la Virgen María.
Pocas cosas recuerdo de mi abuela. Y eso que no murió hace tanto. Pero es que cuando uno es chico no le da bola a los relatos e historias de los grandes. Se aburre. No quiere saber nada. Solo queremos diversión, jugar, comer cosas ricas y eso nomás. Pero qué vamos a estar atendiendo a las historias de los grandes, si ni siquiera sabemos qué preguntar. Hoy si tuviera a mi abuela, y ella estaría bien (porque se murió con alzheimer) le preguntaría tantas cosas. 
Le preguntaría quién le enseñó a rezar. Qué creía que era la muerte. Si conoció el amor. Si se amaba a ella misma, si se sentía libre, si en algún momento pudo empoderarse. Bueno esto si se que sí: el día que el abuelo le quiso pegar y ella le revoleó el sifón de vidrio. Bueno, no se si es empoderamiento eso, pero que se defendió se defendió.
Le preguntaría por su papá, porque lo amaba tanto y su mamá? Por qué no la apreciaba tanto?
¿Cómo fue ese tiempo viviendo en cordoba? ¿Conocía otros lugares?¿Qué pasó con esa familia? ¿Qué pasó con ese señor? ¿Qué pasó con su primer hijo?

Se acabo el tiempo.

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