Preparo el termo.
Le pongo jugo y agua fresca.
Agito un poco para que se diluya el polvo.
Agarro el mate negro, la bombilla, el tarro de yerba.
Un cuaderno chiquito por las dudas.
Alguna lapicera.
Todo a la mochila.
Mi bici está un poco desinflada, le digo. Y al ratito él se encarga.
Salimos.
Los caminos están húmedos. La lluvia de ayer hizo su efecto.
Corre aire fresco. Hay un aroma rico en el ambiente.
Creo que es de alguna planta. Me hace acordar a la manzanilla. Pero esta no es época de manzanilla.
Llegamos.
¡Qué diferente está todo!
El verde de los pastos de enero mutó a amarillo.
Los caminos debajo de los árboles están llenos de chauchas.
Algunas secas, otras húmedas.
Rojas, amarillas, marrones y verdes.
Agarro una. La agito. La acerco al oído para escuchar sus semillas danzar.
Nos sentamos debajo del techito que forman los caldenes y mientras miramos cómo el sol se va acostando de a poquito en el horizonte, le cuento que en la siesta soñé con una chica que estaba con una amiga y que abrazada a ella, cantaba:
“el amor es acción, el amor es acción”.
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